Nunca se aburría. Nada. Ni siquiera un poquito. Tenía un alma sencilla y eso es lo que tienen las almas sencillas, que nunca se aburren. Cuando veía llegar el tedio, huía a lugares infinitamente lejanos y escarbaba vanguardias abismos entre él y las de hastío que se le acercaban. Ocupado como estaba, era feliz. Al menos, no tenía pruebas de lo contrario.
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