Sabía
a ciencia cierta que la mera posibilidad de imaginarla no la convertía en real;
de hecho, se trataba de una mujer sumamente improbable. Así las cosas, y en previsión de la decepción
tácita que se avecinaba, no le quedó otra que recurrir una vez más a la
melancólica implicación de la palabra. Con habilidad, puso a los fantasmas a
recorrer sus largos pasillos neuronales en busca de una buena historia que
diera cuenta del desastre que se cernía sobre él. Y eso hizo.
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