Era más listo que el hambre, o eso al menos decía su abuela desde tiempos
inmemoriales, de ahí que a nadie extrañara su costumbre buscar en él la causa y
explicación última de los entuertos en los que se veía inmerso, que no eran
pocos. Y fue así, buscando en él, como se declaró dispuesto a navegar en la
oscura noche de las dudas, y como intentó comprender sin éxito la lógica de la
locura, y hasta querer pudo, sin saber querer.
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