Aun a pesar de su tono zumbón, poco a poco la melodía de la
bachata se fijó en su cerebro como una ventosa, de modo tal que resultó
imposible despegarse de ella. Finalmente, la lágrima asomó su naricita por el
lagrimal y ya no hubo forma de que volviera atrás. Se trataba, sin duda, del
final de algo.
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