La desordenada acumulación de pequeñas tristezas muertas, unido al
insistente apetito por lo innombrable, venía generando en su alma una suerte de
costra profunda y misteriosa. Así las cosas, la folladera del día había que
entenderla como uno de esos actos de piedad que, debido a la urgencia y
necesidad del caso, resultan incomprensibles tanto para quien lo realiza como
para quien lo recibe.
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