A medio camino entre la
sensibilidad y la nada, salpicados por pinceladas de un verde terroso y
extraño, el rojo inglés de los tulipanes reflejaba de forma cabal la luz, toda
la luz que se esconde en el interior de las cosas. Con la mirada fija en el
manojo de tulipanes, el artista entornó los ojos con tesón hasta lograr hacer
abstracción de las formas. Fue de esa forma como se hizo patente la esencia de
un idealizado tulipán primigenio que, aun a pesar de su pureza –o quizás por
eso-, compartía con su creador los mismos pecados y los mismos errores.
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