Quería protegerla, preservarla del miedo, y no se le ocurrió otra
forma que abrazarla. Y eso hizo: abrazarla con ganas, sin reservas. Para cuando
quiso abrir los ojos habían transcurrido cuarenta y siete años, los dos estaban
muertos, y una nube de humo muy negro se había adueñado de la pantalla del ordenador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario