Me estuvo abrazando durante más de tres días, y negándome otros
tres. Me susurraba al oído cosas incomprensible y pareciera como si su voz me
estuviese llegando a través de una especie de una extraña branquia auditiva que
se hubiera creado en mi cerebro. Dilatado el espacio, en medio de la oscuridad,
los dos nos convertimos en un ente, un solo ente, en cuyo corazón se instaló un
tiempo poblado de sonrisas.
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