lunes, 18 de mayo de 2015

MATAR EL TIEMPO

Inmóvil, agazapado en cualquier agujero negro –pongamos que un sofá-, se limitaba a observar los cambios producidos en la atmósfera de la estancia gracias al milagro de la luz. Reconvertido en una especie de fósil viviente, llegó a intuir que entre la luz y la oscuridad habitaban los matices, que no eran sino sombras de vida de distinta intensidad y peso específico. Pero no sirvió de nada ya que, aunque matar el tiempo se le daba de maravilla, no pudo evitar que el tiempo pasara y que un ejército de telarañas formara en su cabeza capas blanquecinas de un espesor considerable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario