Los años se alternaban entre malos y muy malos, de modo que sólo
la viscosa oscuridad del firmamento parecía dotar de sentido al mundo. Con la
necesidad aguijoneando sus entrañas, las turbias leyendas del mar traían a sus
sentidos tristísimos y desoladores lamentos de bestias que, más allá del dolor,
poco o nada pretendían significar. Pecho adentro el escozor se tornaba por
momentos agudo, y en la parte más noble de su sistema nervioso las cosas no
iban mejor. No es de extrañar que, así las cosas, las almas, como quien dice
las moradas de muchos seres, se tornaran inhabitables.
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