domingo, 7 de junio de 2015

AL OTRO LADO DE LA EXISTENCIA


Con los ojos casi muertos, como de extrarradio, y con el ser algo vago y confuso, como solía ser habitual en él, observaba cómo la canícula abofeteaba los rostros de los incautos parroquianos que, en aquellas horas del medio día, se aventuraban a cruzar ese secarral con aspecto de plaza pública que tenía frente a su ventana. Y en eso estaba cuando, sin venir a cuento, de improviso, en su mente se hizo presente el recuerdo de aquél amor que, en su incurable locura, adoptó con el transcurrir del tiempo un inconfundible olor a insulto. Demasiada tensión para la hora y el día. Cerró la persiana, bostezó, y volvió al exilio sombrío y permanente en el que solía encontrar refugio, al otro lado de la existencia.

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