Acostarse juntos, el dolor y él, se había vuelto una costumbre.
Pero lo crónico, no sé por qué, pierde importancia. Era una ola que nacía en
algún lugar de su páncreas y se desarrollaba en forma de elipse que se extendía
de punta a punta de su cuerpo, hasta que volvía al punto de partida justo en el
momento en que nacía otra ola. No se podía escapar. Fuera de él no había nada.
Morfina, heroína quizás…, y algún que otro consuelo, igualmente dulce y
pasajero, también con nombre de mujer.
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