Aunque su risa parecía como proveniente de otro mundo, y de su
comportamiento no cabía deducir en absoluto tamaña conclusión, hay que decir
que sí: aquella estructura de carne humana encubría un espíritu. Lo supimos por
sus ojos. Gracias a esos dos simples orificios entendimos que reventar,
simplemente reventar, es poca cosa.
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