Su
cuerpo transpira restos de un mar antiguo. Armado de óxido y orín, cuchillo en
mano, dibuja en el aire reminiscencias de tesoros imposibles, nostálgicos arcos
de dientes blancos por donde hace desfilar los vientos que mecen olas. Esfuerzo
inútil. A la menor oportunidad, Kafka le cogerá del pelo sumergiéndole en los
abismos del alma, y pronto caminará con él, una vez más, por las afueras del
tiempo. Es lo que hay. La bruma del lenguaje y el eco de la memoria apenas si
dan para más.
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