Proveniente de un viejo sol, la luz iba despertando la enorme metrópolis
de células anónimas que, por millones, constituían su cuerpo. Mientras tanto,
el mundo ultimaba los escenarios en los acoger el asco, a la retahíla insulsa
de príncipes valientes que saldrían en los telediarios, a los ciegos en general,
a los migrantes navegantes y ciclistas sin nada que perder, a las lechuzas sin
nombre y hasta a los atormentados fundamentalistas que, con balas de miedo,
regarían de insomnios imaginarios campo de amapolas. Nada del otro jueves.
Empujado por la brisa y el descuido, tras los pliegues de la cortina, un día
más asomaba sus narices.
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