Un gran político, intelectual orgánico y orador de esos de los de
toda la vida, que tenía la virtud de embobar a los simples y de aburrir a los
que no lo son, hacía brillar su verbo con el centelleo propio de las olas al
reventar, así lloviera que tronara, sin que el paso de los años hiciera mella
en esa su gran pasión. Y allí estaba el día de autos, disertando a la señora
portera hacía no menos de quince minutos a propósito de las bondades del
partido gobernante, cuando pasó lo que pasó. Y es que ya lo dijo un poeta con
motivo de otro trágico accidente: el ave canta aunque la rama cruja.
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