Buscó, pero no había cielo. Salió por fin a las calles envueltas
en bruma, y sintió cómo el frío le penetraba. No abrió la boca durante todo el
camino. Quería resguardar así la sutil melodía, el sabor a mar que seguía
intacto en la punta de su lengua tras el tsunami de besos en el que se vio
envuelto. Al doblar la esquina hizo ademán de cruzar, pero sólo llegó a intuir
la luz de unos faros que le traspasaban.
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