Amaneció
perdido entre jirones de rabia, piedra y cristal, que son como desgarrones que
se acumulan en los desagües del alma y atascan, cuando menos te lo esperas, el
diario vivir. Despertó pues algo apestado y distraído, pero con la sensibilidad
suficiente como para observar en el cielo de Madrid el trajín de unas
golondrinas que construyen entre dos -con dos lenguas, con dos bocas- nidos de un solo aliento. Estremecido
por la visión, se refugió bajo unas sábanas que, como rebanadas de luz
negra, se despeñaban en mitad del vacío.
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