Si es común a las personas adormiladas recrearse en el vicio de la monotonía, no es de extrañar que Paulina, bendecida por tres docenas de años de sagrado y monótono matrimonio, padeciera una suerte de irritación sorda y un aspecto indefinible, como de ausencia radical. Un día dejó de existir, lo que también resulta muy común, y demuestra que, fin y a la postre, la resignación también tiene sus límites.
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