Quebrantado y sin mucho juicio, y escaso también como estaba de bienes, tanto de aquellos que suele otorgar la naturaleza como de esos otros que malgasta la esquiva fortuna, no le quedó otra que apelar al buen corazón de los ingenios ociosos a cambio de aquello que mejor sabía hacer. Y fue así, en pos de la necesaria supervivencia, como tuvo que recurrir a la advocación indefinida de endecasílabos elementales.
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