Con indolencia, dormía la brisa su acostumbrada siesta, permaneciendo durante este tiempo como colgada de nubes en una suerte de desmayo mudo y socarrón. Su sonrisa, de normal caprichosa y esbelta, se mecía ahora infiel a sí misma, en medio de una calma extática y vacía, repleta de nubes, almohadas y espumas. Más que notarse, el silencio del patio se podía oír.
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