Antes de salir para atender la llamada nocturna de la luna, lanzó una última mirada al espejo. Se miró, y sin pretenderlo adoptó una cierta pose de seducción. Fue entonces cuando una voz como de cuerda metálica, que resultó salir de la barriga de un cuervo envenado, emergió poderosa rasgando la ropa tendida del patio. Está claro: el exceso de felicidad aburre.
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