El difunto de la mala pata persistía en su pensar, y aún a pesar de los halagos sin hache que creía percibir, lo cierto es que un tiempo incansable seguía picoteando en las cuencas de sus ojos. Con un cierto aire a Boris Vian, de su mirada manaba un brillo eterno con tintes de inaccesible, hasta que cayó a sus pies un infinito exhausto que a los pocos minutos sucumbió. Y muerto el infinito, se acabó la rabia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario