Nunca nadie le prometió tierra alguna, y esa circunstancia, la de no poseer tierra prometida que valga, le forzó a ampliar su mirada y a variar su forma de pensar. “Os lo digo muy de veras”, nos solía decir medio en broma: ni las indulgencias ni los fogonazos de magnesio alejaran de mí las raíces del infierno. Quiéranlo o no, iré allí donde hermosean los cuernos del carnero.
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