Era ya tarde cuando se arrimaba al mar, y allí le sorprendía la noche robando abrazos y remando lágrimas. Sentado en la arena, rebuscaba en la biblioteca de ojos aquellos hilillos centrífugos de miradas contrahechas y ausentes que lo convertían todo en inhabitable. Como cadenas de imanes, arrebujaba sus manos sucias mientras en silencio contaba al mundo las peripecias del día.
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