Una alarma, una ansiedad cercana al canguelo, se adueñaba de aquel ser una noche sí y otra también. Y poco más. Quizás apuntar que, en su versión más extrema, ese estado de agitación degeneraba en una elegía lastimosa, una congoja que, a modo de aullido, sordo recorría las estancias y llegaba hasta el portalón. Dejó la casa de su padre para buscar la desgracia, y terminó encontrándola.
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