En aquél sueño, al vaivén de vientos, brumas y mareos alcohólicos, roncas muchedumbres de besos traían bajo el brazo millones de frágiles y transparentes abrazos. El latido procedente de tales aglomeraciones resultaba impalpable por momentos, henchido siempre y voluptuoso de normal. Era el acabose de la ternura. La realidad era más sencilla: su carne anhelaba esa otra carne que no era suya, y las gotas de luz convertían su embriaguez en acuosa.
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