Se retiró a un rincón para pudrirse con tranquilidad. Los días que siguieron al desplazamiento transcurrieron lentos, repletos de atardeceres traslúcidos en los que decía poder ver a través de las lágrimas. Aún así, y en previsión de que el hastío de la sombra se hiciera eterna e invisible, dejó a su cuerpo abandonado en sus quehaceres y se fue. En una suerte de embeleso, lánguido, se fue.
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