La continua necesidad de todo le tenía con el alma entre los dientes y, a falta de otro condumio de mayor sustancia, ingirió el consabido yogur y se fue a la cama. Más allá de las apariencias, en su interior se desarrollaba una lucha a muerte. Su hirviente cabeza imaginaba pantagruélicas cenas a base de lechones manchados de ciruela y pescadillas con guarnición de guirnaldas de azahar, eso y más imaginaba hasta que perdía el conocimiento y, ahora si, podía conciliar el sueño.
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