Andaba erguido y solo y, como más tarde se demostró, su cráneo era una cerca siempre abierta en cuyo interior florecía un bosque de imaginación y fantasía. La incomunicación, las palabras ausentes y los surcos de morfina llegaron más tarde, junto con la mitología de lo real, pus incurable ésta que llegó a supurarle hasta por las orejas. Nunca dejó de buscar la unión del dedo con la luna.
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