No voy a explicitarlas aquí y ahora, pero lo cierto era que la incomodidad que padecían en su relación ni a uno le resultaba de provecho ni al otro de gusto. Y sin embargo ahí estaban, unidos por una especie de maleficio viejo e incomprensible consistente en dos contratos, uno matrimonial y otro hipotecario, y dos niños. Supervivientes fraudulentos a muchos años de desengaño, sólo la resignación y el miedo explicaban su locura diaria.
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