Dicen de él que no sabía contar historias y que, bañado en brumas, solía
encargar a la espuma de un mar cercano la invención de monótonas canciones de
distancia y desencuentro que él repetía y repetía, primero musitando y luego
tarareando, hasta que pasado un tiempo no se sabía si, porque ellas se
adueñaban de él o porque él las hacía suyas, eran una y la misma cosa. Dicen de
él que no sabía contar historias, pero todas las historias hablaban de él.
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