El ser que gritaba y que cansado de gritar se sentaba a escuchar el eco de
su clamor, resultó ser un ser razonablemente feliz. Constatado el fracaso,
volvía a casa con la cabeza erguida pensando en cómo desembotar las palabras
atascadas. Mientras cenaba el pan y la sopa, se emocionaba pensando en las
voces hermanas con esa forma peculiar de emocionarse que detentan los que nunca
buscaron la verdad y sí el consuelo del deber cumplido.
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