Lloró su ausencia durante tres días y tres noches, pero los recuerdos no
descansaron hasta que, llegado el amanecer del cuarto día, se hizo el vacío,
cerró los ojos y se durmió. Nunca recordó haber despertado, pero lo cierto es
que un viento ligero y fresco llamó a las puertas de su cara y ya no sintió
necesidad de más penas. Comió mango maduro, olió el mar, lejano aún, escuchó el
compás de la vieja milonga…y volvió a dormir.
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