Sin otra compañía que la de su propio cuerpo, se escondió en lo más
recóndito de la piedra e intentó abandonarse, dejarse caer. Quiso que un oleaje
de recuerdos intensos meciera sus cabellos para que las neuronas, las que
quedaran, tuvieran así su merecido descanso. Bien calafateado de penumbras,
rindió sus horas al sol y se dejó embadurnar por el silencio de las noches. Y
descansó.
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