En
los trámites previos al llanto, las penas se revolvían en medio de un mar de
dudas: salir o no salir, convertir los sentimientos en agua con sal y hacer que
exploten, o dejarlos donde están, bien recogiditos en el tranquilizador marco
de lo controlable. No era para tanto pero, finalmente, las leyes propias del
azar tomaron la iniciativa y el llanto vio la luz en medio de un coro de
gemidos plañideros que para sí quisieran muchos difuntos.
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