Aletargadas y temerosas, las palabras se reunieron en una gran asamblea y
se propusieron razonar a propósito de ciertos asuntos referidos a los seres en
cuyas gargantas nacen. Las sensaciones no fueron buenas. Lejos de sentirse
seguras, barruntaban la inminente derrota del lenguaje y la que más o la que
menos se sentía distante y muy propensa en general al desasosiego. Cuando la última habló y la asamblea quedó disuelta se escuchó con
claridad y precisión diamantina el grito silencioso de quien lo ha perdido todo
y, como el sol, pisa la tierra sin saberlo.
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