Mezcla
de balas frías y arrugas viejas, los recuerdos no terminaban de dejarle en paz.
No tenía más de tres años cuando la luz de una estrella perdida quemó sus ojos
y muchos dolores, hasta entonces perdidos, se dieron cita en las angosturas de
su pecho. Fue mucho tiempo después, muy de mañana, un día tonto en el que los
callejones silbaban las canciones de siempre y él apuraba su desayuno mezcla de
levadura y tierra verde, cuando los cuchillos se acercaron a él reflejando una
luz que no pudo prever. Lo dicho: no terminaban de dejarle en paz.
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