Fue aquella forma especial de coger su nuca con la mano y
besarle la frente lo que desató en él una pasión que se ahogó, como tantas
otras cosas, en las marejadas de lo cotidiano. En eso pensaba cuando unas
tripas tristes y desatendidas hicieron acto de presencia. Así las cosas, no le
quedó otra que saltar del sofá y enfrentarse solo a la suciedad del pasillo y a
la triste realidad de una nevera que pareciera sufrir las consecuencias de una
devastación eterna.
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