En el eje, en el centro mismo de su cartesiano ser, tuvo lugar el
desdichado encuentro del guijarro con el espejo, lo que provocó en su interior
(pónganse en su lugar) una suerte de indigestión, un arcoíris de sensaciones
cortocircuitadas, que le condujo de trombo en trombo hasta las puertas mismas
del colapso y del abismo. Aun a pesar de la hora, el tiempo, la menta y la
madreselva, con la amabilidad y el buen hacer que les caracteriza, no dudaron
en hacerse cargo de los restos.
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