Digan
lo que digan por ahí, andar vago y escaso de memoria para indagar en el por qué
de las cosa, no evita las amarguras esenciales. Su caso no fue una excepción:
ni su elegancia extravagante, ni los excesos de alegría,…llegó un momento incomprensible
en que no había nada que la separara del barro. Fue tan triste aquella muerte,
que hasta los gusanos lloraron.
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