Más animal que nunca no dejaba de soñar
siempre el mismo sueño: navegaba de boca en boca, como quien dice de labio en
labio, a través de campos de terciopelo magenta. Muchos días, al despertar,
pareciera como si una galaxia entera de legañas se hubiera prendido de sus
pestañas. Rodaban los días como envueltos en un manto de silencio blanco y,
bien mirado, la desmedida mudez de las sirenas no auguraba nada bueno. Sin
embargo, a él nada parecía afectarle.
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