Siempre tuvo una exquisita sensibilidad en la yema de los dedos. Sin embargo, y en honor a la verdad, hay que decir que este don, al tiempo que le permitió sentir en cada rincón de su cuerpo una gama extraordinaria de sensaciones, le llegó a procurar más de un disgusto. Pues bien, para protegerse de sí mismo y evitar ciertas miradas devastadoras, desarrolló de forma natural un escudo protector, mezcla de recato y de decoro, al que llamó pudor.
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