Buscaba
en su mente un motivo que le empujara a continuar viviendo hasta mañana.
Bastaría un sentimiento, una razón, un recuerdo, cualquier cosa por nimia que
fuera con tal de que pudiera adoptar el ropaje de la esperanza. Las viejas
tablas del suelo chirriaban al paso de sus viejas zapatillas, pero este diálogo
con la madera le resultaba demasiado previsible. Salió al jardín y se tumbó en
el rincón donde crecían los canónigos, escuchó su respiración, y continuó
esperando un motivo.
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