Hubo
un tiempo en que la blancura fue redonda e inmutable, pero de ese aire
indestructible ya no queda nada sino la materia de alguien que se desmorona. Primero
se sentó en una una tierra de trigo, piedras y avispas, donde reinaba un sol
seco, y luego pensó que la meticulosa transparencia de la distancia haría su
trabajo, y que las letras amasadas a modo de esquirlas de estrellas harían el
suyo. Más tarde, se dejó caer.
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