Tras
caer, y apenas si rescatado de entre las ortigas, un temblor de espuma pobló su
boca. Lejos quedaban la ciudad de la ternura y el pan, las piedras
inquebrantables, y la fraternidad de los planetas. Puro de potencia, el aire
enviudó y los orinales se convirtieron en cuevas. Creció sin voz hasta que, finalmente,
encontró su sitio en la madriguera de la luz vertiginosa. Nadie sabe cómo, sobrevivió
al silencio.
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