Un haz de luz repleto de imágenes se infiltra a través de sus ojos
introduciendo en su cabeza, desde hace un buen rato, contenidos informativos
altamente dolorosos. Como quien escribe no es Thomas Mann, podemos ahorrarnos
la descripción minuciosa a propósito del aluvión de insultos y gestos soeces
que padeció el personaje, y de los que fue cómplice, para quedarnos con lo
esencial: el reino del amor fue remplazado por una amalgama de amargura,
demandas y querellas, resultado de todo lo cual, un ser, en este caso un
hombre, se dispuso a unir su recién estrenada soledad a la de las estrellas.
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