Cuerda
hasta la insensatez, padecía, como todo hijo de vecino, un proceso degenerativo
que iba de dentro afuera y que afectaba a la totalidad de su ser. Envejecía
pero, con todo y eso, sólo después de haber girado ochenta y tres veces alrededor
del sol se vio en la tesitura de escuchar su voz como algo ajeno a ella, como
un eco, una reverberación externa que atacaba sus sentidos de forma aérea. Ese
acontecimiento tuvo lugar el mismo día en que se quemó su dedo corazón, razón
por la cual se sintió igual de vieja, pero doblemente extraña.
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