Desprovisto
pompa y lirismo, hizo su aparición en la estancia el fantasma de lo que fue su
última felicidad. No sin cierto repelús, contempló durante un buen rato aquel
espectro con rostro de mujer hasta que notó algo extraño, se acercó a él, y vio
que lloraba. El espectáculo de aquel espíritu llorando de piedad por un hombre
resultaba conmovedor. Aun así, no bajó la guardia: las lágrimas son peligrosas,
pensó, casi tanto como los recuerdos.
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