Indiferente
a lo que veían sus ojos, vivía refugiada en las tenues sombras de un sueño
ciego, y era allí, en la intimidad de la penumbra, donde tenía por costumbre mostrar
las coordenadas de su belleza. Nunca dio muestras de heroicidad alguna en la
defensa de su yo hasta que, finalmente, fue conquistada por una persistente
tentación que la perseguía desde muy lejos. Las flechas del tiempo asaetaron
cada poro de su hermosura, pero nunca se olvidó de respetar su propio sitio en
el mundo.
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